Hay un lugar, apenas perceptible, donde lo que somos y lo que escondemos convergen. En ese límite incierto, la forma se disuelve y el rostro deja de ser solo rostro: es reflejo, es sombra, es eco. Allí habita Alter Ego, una danza de identidades veladas, un juego de máscaras donde el yo se fragmenta y reconstruye en cada destello.